Por Daniel Lee

En medio de un clima cada vez más hostil hacia la migración en Estados Unidos —marcado por discursos antinmigrantes, redadas selectivas y una precarización estructural de la vida del trabajador indocumentado— hay una constante que no se rompe: millones de migrantes mexicanos siguen enviando remesas a sus familias.
Lo hacen a costa de jornadas extenuantes, miedo permanente a la deportación y la renuncia cotidiana a derechos elementales. Sostienen economías locales, amortiguan crisis y mantienen a flote regiones enteras de México. Sin embargo, cuando regresan a su país, el reconocimiento se diluye y la protección prometida se convierte en simulación.
El gobierno mexicano ha intentado capitalizar simbólicamente esta realidad con la campaña “Héroes Paisanos”, una narrativa que exalta el retorno como un acto heroico, casi épico, del migrante que vuelve a casa. El problema no es el reconocimiento en sí, sino el abismo que existe entre el discurso oficial y la experiencia real del migrante en territorio nacional. Porque mientras se les llama héroes en espectaculares y comunicados, en carreteras, retenes y cruces fronterizos se les trata como botín.
Los testimonios se repiten con una regularidad alarmante: agentes de la Guardia Nacional, policías estatales y otros cuerpos de seguridad instalados en retenes improvisados que detienen vehículos con placas extranjeras o conductores con acento “del norte”; revisiones arbitrarias, amenazas veladas, decomisos sin fundamento legal y extorsiones abiertas.


Dinero en efectivo, herramientas de trabajo, electrodomésticos o mercancía adquirida con años de esfuerzo desaparecen en nombre de una supuesta “revisión de rutina”. El héroe, en ese instante, deja de serlo y se convierte en sospechoso.
Esta realidad no es anecdótica ni marginal. Forma parte de un patrón estructural de corrupción que el Estado conoce y tolera. Resulta profundamente contradictorio que el mismo gobierno que presume las remesas como un logro macroeconómico —más de 60 mil millones de dólares anuales— sea incapaz o renuente a garantizar un tránsito seguro y digno para quienes las generan.
El mensaje implícito es devastador: el migrante es útil mientras envía dinero, pero prescindible cuando exige derechos.
Desde una perspectiva internacionalista, esta incongruencia debilita la posición moral de México frente a Estados Unidos. ¿Con qué autoridad se reclama un trato digno para los connacionales en el exterior si, puertas adentro, se les extorsiona, humilla y despoja? La protección consular pierde fuerza cuando el retorno se convierte en un nuevo riesgo. La soberanía se vacía de contenido cuando los propios agentes del Estado operan como predadores.
La figura del migrante mexicano ha sido históricamente romantizada: el sacrificio silencioso, el envío puntual de remesas, la nostalgia convertida en obligación. Pero esa narrativa ya no basta. Nombrarlos héroes sin garantizarles seguridad, legalidad y justicia es una forma de cinismo institucional.
No se trata de campañas, sino de políticas públicas reales: protocolos efectivos contra la extorsión, mecanismos de denuncia que funcionen, sanciones ejemplares a los responsables y una depuración urgente de los cuerpos de seguridad.
El migrante no necesita homenajes vacíos. Necesita que el Estado esté a la altura de su sacrificio. Mientras eso no ocurra, “Héroes Paisanos” seguirá siendo un eslogan hueco que intenta maquillar una verdad incómoda: que en México, demasiadas veces, el enemigo del migrante no está del otro lado de la frontera, sino en el camino de regreso a casa. Como lo dije, … Hipócritas.

Sígueme en mis redes sociales: https://www.facebook.com/daniel.lee.766372/

Facebook Comments