Por: Julio de Jesús Ramos García
En México, bloquear una carretera se ha convertido en una herramienta de presión tan común como peligrosa. Lo que para unos es un medio de protesta, para la economía representa un freno costoso, recurrente y cada vez más normalizado. Y esa normalización es, quizá, el daño más profundo que dejan los bloqueos carreteros.
Apreciables lectores, cada bloqueo ya sea de organizaciones sociales, transportistas, normalistas o comunidades paraliza nodos logísticos clave. Aquí un dato importante, México depende profundamente del transporte terrestre: más del 56% de la carga nacional y casi el 80% de los alimentos viajan por carretera. Por eso, cualquier cierre, incluso de horas, genera un efecto dominó.
Los primeros afectados son los productos perecederos. Una carretera cerrada significa alimentos que se echan a perder, cadenas de frío rotas y pérdidas que nadie reembolsa. Después vienen la industria automotriz, la maquila y el comercio, que operan bajo esquemas de inventarios mínimos. En un país tan integrado a las cadenas globales, una línea frenada puede significar paros técnicos, horas-hombre perdidas y retrasos que se traducen en millones.
Los bloqueos carreteros no solo afectan el presente; distorsionan variables económicas críticas.
Presión inflacionaria, cuando la oferta de productos se interrumpe, los precios reaccionan al alza. Lo vimos con los bloqueos en Michoacán, Chiapas o Guerrero: subieron frutas, verduras y combustibles en regiones completas por simples cuellos de botella humanos.
Aumento de costos logísticos, las empresas deben reencaminar rutas, contratar seguridad adicional o absorber retrasos. México ya tiene costos logísticos más altos que el promedio de la OCDE; los bloqueos los elevan aún más, restando competitividad.
Daño a la percepción de riesgo para inversionistas, a los mercados financieros no les preocupa el motivo del bloqueo, sino su recurrencia. Cada cierre demuestra gobernabilidad limitada, y eso se traduce en una prima de riesgo más cara. En un contexto de nearshoring, esto es un mensaje equivocado para quien evalúa instalar una planta o ampliar operaciones.
Se suele pensar que los bloqueos afectan solo a transportistas o empresas. En realidad, el daño se extiende a:
Trabajadores que pierden su jornada por no poder llegar, pequeños comercios que enfrentan desabasto, productores rurales que no pueden sacar su mercancía y consumidores que pagan más por lo mismo.
La economía mexicana ya enfrenta desafíos suficientes: inseguridad, informalidad, rezago en infraestructura. Sumemos a esto la interrupción constante del flujo de mercancías y personas, y obtenemos un lastre que erosiona la competitividad nacional.
No se trata de negar el derecho a la protesta; se trata de reconocer que el país no puede seguir tolerando bloqueos indefinidos que paralizan regiones enteras. La ausencia de protocolos claros como espacios específicos para manifestarse sin cortar el tráfico vital deja a México en un estado de vulnerabilidad estructural.
Mientras tanto, la factura sigue creciendo y la pagamos todos, desde el costo del jitomate hasta la calificación de la deuda soberana.
Facebook Comments