Por: Julio de Jesús Ramos García

Las remesas que los mexicanos radicados en el extranjero envían a sus familias en casa han sido durante décadas un pilar silencioso de la economía mexicana. Son una válvula de oxígeno para miles de hogares, un catalizador del consumo en regiones rezagadas, y una fuente de divisas que ayuda a estabilizar. Pero hoy, ese flujo enfrentado a vientos contrarios empieza a mostrar signos de fatiga. El momento exige atención: no sólo para quienes reciben los envíos, sino para la estructura económica nacional que hasta ahora ha dependido de ellos.

  • En los primeros siete meses de 2025, los ingresos por remesas al país fueron de US$ 34 889 millones, lo que representa una caída interanual de 5.5 %.
  • En el periodo enero-septiembre de 2025, se reportaron ingresos de US$ 45 681 millones, inferior a los US$ 48 360 millones del mismo lapso en 2024.
  • Estimaciones de BBVA Research sugieren que al cierre de 2025 el total de remesas recibidas podría caer hasta los US$ 61 000 millones, desde los US$ 64.7 mil millones del 2024.
  • Prácticamente el 99 % de los ingresos por remesas se realizan vía transferencia electrónica.

Estos datos dejan claro que aunque los montos siguen siendo enormes, no estamos frente a un crecimiento continuo. Por el contrario: hay un cambio de signo, un techo al menos momentáneo.

Parte de la caída se explica porque hay menos operaciones de envío, lo cual puede responder a la situación del migrante en el extranjero: menores ingresos, mayor precariedad laboral, mayor temor a ser deportado o a perder el empleo. Esto hace que los envíos no sólo se estanquen, sino que retrocedan.

Aunque en algunos meses la remesa promedio ha subido ligeramente, en general el conjunto “número × monto” está bajando. Es decir: menos envíos, lo que hace que el total baje, incluso cuando cada envío es algo mayor. Esto debilita la previsibilidad de esos recursos.

En muchas comunidades mexicanas, las remesas representan una pieza clave del ingreso familiar: gastos en alimentación, salud, educación, vivienda. Si esos recursos disminuyen, la vulnerabilidad de esos hogares crece. Esto tiene efectos locales directos: menor consumo, menor inversión en mejoras domésticas, menor margen ante crisis.

Que una parte considerable del consumo doméstico o de los ingresos familiares dependa de lo que alguien envíe desde fuera del país implica un riesgo. Este riesgo se ha vuelto más visible ahora que los flujos bajan. México debe contemplar la posibilidad de que ese “apoyo externo” ya no crezca como antes o incluso retroceda y ajustar sus expectativas económicas y sociales.

  • Es momento de que México deje de ver las remesas únicamente como un “rescate” o un “parche” al que siempre se puede recurrir. Deben reconocerse como un vector económico importante, pero no sustituto del desarrollo interno.
  • Si los flujos de remesas bajan, se evidencia la urgencia de políticas que fortalezcan los ingresos nacionales: empleo formal, mejores salarios, diversificación productiva, impulso al ahorro y la inversión doméstica.
  • Para los hogares que dependen de remesas: es crucial cambiar la narrativa del “envío para sobrevivir” hacia “envío para progresar”. Esto significa: usar esos fondos no sólo para lo inmediato, sino para construir fondo, emprender, mejorar vivienda, educación.
  • En el ámbito institucional, los datos sugieren que se debe mejorar la recopilación sobre quiénes reciben remesas, en qué montos, con qué periodicidad. Conocer mejor el fenómeno permite diseñar mejor políticas sociales y económicas.

Las remesas seguirán siendo una fuerza importante en la vida económica y social de México, pero lo que ya no puede hacerse es asumir que seguirán creciendo sin más. El retroceso que muestran los datos de 2025 son un aviso: la “corriente” está cambiando. Quienes reciben esos envíos, y quienes diseñan políticas públicas, tienen que actuar con la premisa de que lo excepcional se está volviendo lo nuevo normal.

Este no es un mensaje de alarma paralizante, sino de alerta constructiva: la oportunidad está en transformar una dependencia en una fortaleza, en usar los recursos externos como trampolín y no como muleta permanente. Y en un país con tantas necesidades por atender, quizá ahora más que nunca vale la pena preguntarse: ¿cómo aprovechar las remesas para cimentar un futuro más sólido, y no solo para sostener el día a día?

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