Historias en el Metro: FALTA CÍVICA
Ricardo Burgos Orozco
José abordó alrededor de las 8 y media de la mañana en la estación Ciudad Azteca de la Línea B del Metro. Iba a su trabajo al sur de la Ciudad de México. Vive en Ecatepec. A esa hora estaba atiborrado de gente. Todos iban muy apretaditos. Él, un joven profesionista, tomaba las cosas siempre con mucha calma. Ya se había acostumbrado a las aglomeraciones de la mañana. Debía bajarse en Buenavista, la terminal, pero en la salida se interpuso una mujer con un cuerpo voluminoso. Por más que trató de empujar, la dama ni se inmutó. Se cerraron las puertas automáticas y junto con otras cinco o seis personas tuvo que continuar en el vagón. Pensó: a la vuelta me bajo.
El tren, efectivamente, regresó a la terminal. Cuando se abrieron las puertas ya los estaban esperando a él y a las otras personas dos empleados del Metro y un policía. Los detuvieron porque es una falta contemplada en el Artículo 29 de la Ley de Cultura Cívica de la Ciudad de México ingresar a zonas restringidas como talleres o lugares donde se guardan los trenes. José no sabía eso y ahora lo sabe por experiencia propia. El personal le explicó que debía pagar una multa de mil 850 pesos, arresto de 72 horas o trabajo comunitario de 12 a 18 horas, en caso de no contar con dinero. Mientras lo trasladaban al juez cívico afuera de la estación Guerrero, pensó qué hacer. No traía suficiente dinero para liquidar la sanción. Habló por teléfono con un amigo que le prometió llevarle efectivo lo más pronto posible. En otra llamada se reportó a su trabajo. Ya eran las diez y ni para cuando salir. No, joven, vaya avisando en su chamba porque aquí se va a tardar un buen ratote, hasta que no lo reciba el juez cívico, le dijo uno de los uniformados. Sentado solitario en una banca no veía a las otras personas que detuvieron con él y se imaginó que los habían soltado ¿Por qué no a él también? Qué tontería –reflexionó—estoy pensando puras tonterías. Se tranquilizó cuando su jefe directo le llamó por el celular para decirle que ya estaban haciendo lo posible para liberarlo ¡Toda la oficina se va a enterar! Bueno, no me importa, lo importante es que me saquen, recapacitó.
Pasaron las horas, veía que mucha gente entraba y salía de un pequeño cubículo. Nadie lo llamaba y ya se estaba desesperando. Detuvo a un policía en ese ir venir constante para rogar que ya lo dejaran libre, que estaba dispuesto a hacer trabajo comunitario los días que le impusieran. Le preguntó si también a los vagoneros les cobraban esa multa. Le confesó que ellos con 100 pesos salen.
Se sintió aliviado cuando llegó su amigo con dinero para pagar. Ahora a esperar que lo recibiera la autoridad competente. Eran casi las tres de la tarde cuando oyó su nombre, entró a la reducida oficina, le dijo a la persona encargada, con un tono de súplica: ya traje para pagar la sanción ¡No te hagas! Alguien habló para liberarte; toma tu papeleta y pa’fuera, le soltó. No le importó quién y cómo lo liberaron. Salió casi corriendo. Afuera se encontró con el policía que lo detuvo ¡Huy, joven, de haber sabido que no le iban a hacer nada, ni lo detengo!
Le comentó con una sonrisa burlona.
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