La democracia gaseada: Chicago se levanta contra la violencia del ICE

Por Daniel Lee
Este viernes pasado, agentes de ICE, replegaron con gases lacrimógenos a un grupo que se manifestaba frente a un centro migratorio en Chicago.
Estos sucesos en Broadview, Illinois, se suman a los muchos retenes en vecindarios latinos, cientos de arrestos y la militarización de barrios enteros, lo que revela como escala la crudeza autoritaria de la política migratoria estadounidense.
La llamada operación Midway Blitz, con más de 550 detenciones en pocos días, recuerda a tácticas de contrainsurgencia más propias de regímenes en guerra que de un país que se reivindica democrático. El mensaje es inequívoco: para la administración Trump, los migrantes no son personas con derechos, sino amenazas que deben ser neutralizadas.
La violencia contra los manifestantes en Chicago se suma al asesinato del mexicano Silverio Villegas González, abatido la semana pasada por un agente del ICE frente a sus hijos. Estos hechos, lejos de ser “incidentes aislados”, forman parte de un patrón donde la vida del migrante se devalúa al extremo de ser tratada como moneda de cambio política.
Y aquí va algo más que incongruente: Mientras se criminaliza y persigue a trabajadores indocumentados que sostienen sectores enteros de la economía estadounidense, la Casa Blanca diseña un sistema de visas que mercantiliza la migración.
Los pobres son expulsados, pero los millonarios pueden comprar su residencia mediante la llamada tarjeta dorada. En paralelo, las visas de trabajo H-1B —clave para ingenieros, médicos y científicos extranjeros— se encarecen hasta 100 mil dólares, en un intento deliberado de restringir la movilidad del talento global.
Estamos frente a una política migratoria que no busca ordenar flujos ni atender necesidades laborales, sino reconfigurar el perfil demográfico del país bajo un filtro clasista y racial: migrantes de riqueza y élite intelectual sí, migrantes trabajadores y comunidades latinoamericanas no.
La respuesta ciudadana, sin embargo, desafía este guion de miedo. Desde las cadenas humanas en Chicago hasta los barrios de Washington que protegen a sus vecinos, pasando por legisladores arrestados en Nueva York por exigir transparencia en centros de detención, se observa un frente cívico que rechaza la normalización de la violencia migratoria.
La comunidad internacional no puede permanecer indiferente. El hostigamiento masivo contra migrantes en Estados Unidos no es un asunto doméstico, sino una violación sistemática de derechos humanos con implicaciones globales. Si se acepta que un país puede gasear manifestantes pacíficos y convertir barrios en zonas de guerra solo por albergar migrantes, se sienta un precedente peligroso para el orden internacional.
Trump busca redibujar la frontera al interior del propio territorio estadounidense. Pero lo que se juega en Broadview, Mount Pleasant o Manhattan no es solo el destino de miles de migrantes: es la vigencia misma de los principios democráticos frente al avance del autoritarismo xenófobo.
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