Ricardo Burgos Orozco

Cuando era reportero de radio me tocó cubrir en 1981 una cena entre los presidentes Francois Mitterrand, de Francia, y José López Portillo, de México –ambos ya fallecidos- en el entonces edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores en Tlatelolco. La reunión era como se acostumbraba en aquel entonces, a todo lujo, con vino francés y comida exquisita, pero mi preocupación era que terminara la reunión para poder llegar antes de las doce de la noche al Metro y alcanzar el último tren a Zapata. Por fortuna lo logré.
De eso me acordé hace unos días que estuve nuevamente por la estación Tlatelolco. Su nombre se debe a que se encuentra ubicada en los terrenos de lo que antiguamente se conocía como la Villa de Tlatelolco y su icono representa la fachada del edificio de Ferrocarriles y el Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos. Funcionó como terminal norte de la Línea 3 desde su inauguración en 1970 hasta que en agosto de 1978 fue ampliada a La Raza.
No me acordaba, pero cuando fui recientemente me encontré en las escaleras de salida el mural titulado “El Andén de los Ouróboros del artista plástico Marco Zamudio. En su obra, de 45 metros cuadrados, retrata a personas en escenas de la vida cotidiana en el Sistema de Transporte Colectivo.
Zamudio dice de su trabajo que deseó rescatar la pintura realista, las técnicas antiguas y el retraso de la psicología y el sentir de los pasajeros que viajan en el Metro de la Ciudad de México. El artista quiere que la gente divague, se distraiga, se entretenga y aprenda. El ouróboro es un signo que representa a una serpiente o un dragón en forma circular para así poder morderse la cola.
Al salir de la estación Tlatelolco me encontré con un abandonado Cine Tlatelolco, que fue inaugurado en 1967 y hoy está en ruinas. Fue cerrado en 2001 y no existe ninguna posibilidad ya de restaurarlo para que vuelva a funcionar. Seguramente es refugio de la delincuencia, que se ha desatado en la zona y lo peor es que, por su deterioro, además corre el peligro de derrumbarse. A su alrededor había varios comercios cuyos locales también están abandonados.
Todavía recuerdo que Tlatelolco fue una de las zonas más castigadas en el sismo de 1985. Una amiga sobreviviente de aquel entonces me contó que frente a ella se derrumbó el edificio Nuevo León y quedó impactada para toda la vida.
Seguí caminando y más adelante encontré la célebre Plaza de las Tres Culturas, ubicada en el conjunto urbano Nonoalco Tlatelolco. Son tres conjuntos arquitectónicos que muestran diferentes épocas de México: en primer lugar, están los restos de lo que fue la ciudad México – Tlatelolco, segunda capital del imperio azteca; la etapa colonial está representada por el templo católico de Santiago, y por último, los edificios alrededor representan la modernidad del Siglo XX. La plaza también recuerda un episodio triste con la matanza de estudiantes en 1968.
Al regreso a la estación Tlatelolco para tomar el tren hacia Zapata, recordé que ahora, distinto a aquel lejano 1981, no tengo prisa para tomar el Metro, es mediodía, no soy reportero de radio y ya no existen esos festejos que se acostumbraban en aquellos años.

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