Ricardo Burgos Orozco

Hace unos días volví a pasar por la estación Guerrero, correspondencia de las líneas 3 y B del Metro. Cada vez que camino por ahí no puedo dejar de acordarme de mi amigo de ocasión Jorge Antonio Soto, encargado de uno de esos puestos improvisados de madera para dulces, chocolates, galletas; excelente charlista, dicharachero, bromista con sus clientes, una persona de muy buen corazón y excelente papá. Desafortunadamente, falleció hace tres años.

El día que lo conocí, en julio de 2020, platicamos más de una hora. No dejaba de comentar sobre él, su familia, sus creencias, sus gustos, sus pasatiempos. El tiempo se pasaba rápido con su charla que hacía reír y reflexionar.

Cuando lo encontré tenía unos días de haber llegado a ese lugar. Trabajaba de ocho de la mañana a tres de la tarde; era empleado no el dueño. El propietario de puesto lo había contratado para que se encargará del estanquillo, por decirle de alguna manera. Le pagaba 600 pesos a la semana, comida y el seguro social de una de sus hijas.

En una de nuestras pláticas me dijo que tenía cuatro hijos, todos con algún padecimiento: el primero de 29 años de edad, con megacolon; el siguiente, de 28, con asma; una jovencita de 24, con dos operaciones de nariz por problemas congénitos, y la más chava de 16 años, con padecimientos en un riñón. Él decía riendo tranquilamente que sus hijos le habían salido defectuosos.

Se había separado de su esposa porque ella no aguantó tantos años de visitas a los hospitales por sus hijos y ya no supo de ella mientras él se quedó para seguir atendiéndolos y batallando con sus enfermedades.

Un día, meses después de conocerlo, una de sus hijas me habló a mi número celular para avisarme que Jorge Antonio había fallecido. Me dijo que me hablaba porque su papá me mencionaba mucho y me tenía mucho afecto. Le di mi pésame y le pedí que me llamara si algo se les ofrecía.

Ahora ese “estanquillo” de la estación Guerrero, donde conocí a Jorge Antonio, ya está atendido por Nancy y Jesús, un invidente. Ella me explicó que los puestos de ese tipo se asignan a miembros de la Asociación de Ciegos y Débiles Visuales y ellos lo tienen desde hace tres años. Nancy es la empleada. De mi amigo desaparecido ninguno de los dos se acuerda.

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