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Por Daniel Lee

!Hoy hablemos de Pokemon¡…

El Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DHS, por sus siglas en inglés) desató controversia tras difundir en sus redes sociales un video en el que se muestran operativos de captura de migrantes con el tema musical de la popular franquicia japonesa.
El material intercala escenas reales de detenciones en la frontera con fragmentos de la animación, lo que generó fuertes críticas por considerar que trivializa una situación humanitaria. Especialistas en migración y analistas internacionales señalaron que el uso de estas imágenes constituye una estrategia de comunicación que refuerza estereotipos y fomenta la deshumanización de los migrantes.
El video ha sido calificado de “macabro” y “perverso”, pues convierte la persecución de personas en un espectáculo que recuerda a un videojuego. Organizaciones de derechos humanos advirtieron que este tipo de mensajes puede tener un impacto negativo en la percepción social de la migración, sobre todo entre jóvenes y niños.
Además, el caso abrió un debate sobre la posible violación de derechos de autor y la apropiación cultural, dado que la música y las imágenes de Pokemón fueron utilizadas sin autorización aparente. Hasta el momento, ni las productoras japonesas responsables de la franquicia ni el gobierno de Japón se han pronunciado oficialmente sobre el tema.
El uso de cultura pop en campañas gubernamentales no es nuevo en Estados Unidos. Analistas consideran que esta práctica forma parte de una estrategia de “poder suave” para influir en la opinión pública y normalizar posturas oficiales frente a fenómenos complejos como la migración.
El video no es una simple falta de respeto hacia los migrantes. Es un acto de pedagogía social envenenada. Y lo más delicado es el impacto intergeneracional: un niño que hoy ve esa mezcla de caricatura con persecución migrante crecerá con un aprendizaje subliminal: los indocumentados no son personas, son monstruos. Dentro de veinte años, ese niño será votante, funcionario o agente de la patrulla fronteriza. Lo que hoy parece grotesco mañana puede convertirse en sentido común.
Este episodio debe ponernos en alerta no sólo por lo que revela de Estados Unidos, sino también por lo que exhibe de México: nuestra incapacidad para reconocer la potencia de nuestra propia cultura popular como herramienta de cohesión interna y de proyección internacional. Mientras allá convierten un videojuego en un instrumento de propaganda, aquí seguimos subestimando nuestro propio poder narrativo, despreciando al espectáculo como si no fuera un campo de batalla ideológico.
La pregunta es incómoda pero inevitable: ¿queremos seguir siendo espectadores pasivos del poder cultural ajeno o vamos a aprender a usar el nuestro para defendernos y, de paso, para construir un país menos dividido, menos vulnerable y más consciente de que la cultura pop también es política?

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