Roberto Abe Camil*

El Estado de Guerrero, más allá de una orgullosa identidad forjada a lo largo de su azarosa historia, es un sitio fundamental en la conformación de México, partiendo por ser escenario de los Sentimientos de la Nación, el Congreso de Chilpancingo, la etapa de la Resistencia Insurgente, así como la consumación de la independencia.

Acapulco es la joya de la corona, enclave de importancia precortesiana, sitio de donde partió por casi trescientos años la Nao de China, la ruta comercial y cultural más importante de la humanidad en su momento y a quien expertos en el tema con justicia denominan el Galeón de Acapulco. Del puerto partió San Felipe de Jesús al martirio, ahí llego Humboldt y partió Martí, también luchó Morelos, se gestó la caída de Santa Anna y partir de mediados del siglo pasado se constituyó en un destino turístico de fama mundial que fue el punto de partida de México como potencia turística de primer orden. En los últimos lustros, los malos gobiernos y la violencia derivada del crimen organizado opacaron su esplendor, pero aun así Acapulco seguía en pie y no dejaba de ser atractivo. A su vez ha sido un lugar al alcance de casi todos los mexicanos, desde las clases populares en la zona tradicional hasta los mexicanos con mayor nivel adquisitivo en la zona Diamante han disfrutado de Acapulco, en suma, somos millones los que tenemos una historia o un recuerdo grato del puerto.

La catástrofe del Huracán Otis, sin precedentes en nuestra historia, es una prueba grave, perder una ciudad no es cosa menor y sin duda alguna, a las pérdidas humanas y materiales se añaden años de una recuperación que será muy difícil. Las tragedias sacan a relucir lo mejor y lo peor de la condición humana. Aquí convergen sentimientos encontrados entre los que destacan la solidaridad y entereza de la sociedad mexicana y el orgullo de unas fuerzas armadas que a pesar de las calumnias son lo mejor de nuestras instituciones, siempre ante una desgracia son los primeros en llegar y los últimos en irse.

En contrapartida destacan también una gobernadora sin capacidad para el cargo, impuesta como prebenda a su descalificado padre y un gabinete federal que en su parte civil actuó de manera negligente, no aviso a tiempo y que está más ocupado en el próximo proceso electoral que en servir a México.

Aquí es donde la historia, que suele ser cíclica, da cuenta de Acapulco como el punto de partida del ocaso de dos presidentes de apellido López.

En 1854, Antonio López de Santa Anna, se encontró en el periodo más autoritario de su larga trayectoria política, fue el momento en que se hizo llamar Alteza Serenísima e incluso barajó la idea de coronarse Monarca de México. En marzo de ese mismo año se promulgó en Ayutla el plan cuyas cabezas más visibles fueron el veterano insurgente Juan N. Álvarez e Ignacio Comonfort, Administrador de la Aduana de Acapulco. Aunque el plan tuvo su origen en Ayutla, el puerto fue su epicentro. López de Santa Anna, partió al frente de sus tropas a combatir a los revolucionarios quienes se fortificaron en el fuerte de San Diego en Acapulco. López de Santa Anna fracasó en su intento de tomar la fortaleza, la rebelión se consolidó y triunfo. La derrota del controvertido dictador en Acapulco selló su ocaso, debió abandonar la presidencia y partir a un amargo exilio que concluyó cuando pudo volver a México tras el triunfo de la república.

En días pasados, el presidente López Obrador dio muestras de su nula capacidad para enfrentar una de las mayores tragedias naturales en nuestra historia. Los ciclones no son culpa de los presidentes, pero no reaccionar tras su paso, sí. A pesar de los avisos previos no se alertó a la población, la gobernadora se encontraba haciendo proselitismo político en la Ciudad de México y una vez que pasó el fenómeno natural, el presidente en lugar de abordar un helicóptero de la Fuerza Área Mexicana o de la Armada hizo un tragicómico recorrido de diez horas por tierra, tiempo que como Comandante Supremo pudo haber empleado para coordinar los esfuerzos de ayuda desde los cuarteles de la región militar o naval en Acapulco. Su falta de decisión y tino, no solo dejo al descubierto las sombras de su administración, sino fue munición abundante para sus detractores, desde severos extrañamientos hasta mofas en las redes sociales. Lo peor del caso no es que se critique al presidente, el mismo se ha ufanado de la libertad de expresión que gozamos, sino que dio pie a mucha desinformación como los señalamientos en el sentido de que las fuerzas castrenses estaban requisando la ayuda en especie a los damnificados.

Sin duda alguna Acapulco como en 1854 marcó el ocaso de Antonio López de Santa Anna, en el 2023 ha marcado el ocaso de Andrés Manuel López Obrador. Que vengan mejores jornadas para un puerto que es de todos los mexicanos.

*Escritor y cronista morelense.

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