Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, gritaba en la ceremonia del 15 de septiembre de 2020: ¡Viva la justicia!, ¡Viva la democracia!, ¡Viva la igualdad!, ¡Viva nuestra soberanía!, ¡Viva la fraternidad universal!, ¡Viva el amor al prójimo!, ¡Viva la esperanza en el porvenir!; hoy, tres años más tarde, dichas arengas las ha enterrado el propio mandatario nacional.

El evento histórico que recuerda el inicio de la lucha por la independencia del país, es sin duda el festejo más esperado por muchos, que más allá de estar a favor o en contra de quien encabeza la administración en turno, acuden al Zócalo, o a cualquier plazoleta en cualquier rincón en el país para festejarlo; sin embargo, hoy esta fiesta se ha vuelto, por decisión presidencial, un evento privado donde solo los “patriotas”, léase seguidores fieles a su causa, tienen cabida en “su ceremonia”.

López Obrador fue muy claro en su “tribuna”, la mañanera: “ya han cambiado las cosas, no tenemos buenas relaciones, es público, es notorio, es de dominio público, con el Poder Judicial”, por ello dijo, “no los voy a invitar a la ceremonia del Grito de Independencia”.

Desde niños a todos los mexicanos se nos ha enseñado que el Gobierno Federal está conformado por tres Poderes: El Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial y a pesar de que muchas veces la tan pretendida autonomía de cada uno haya quedado más que abollada, esta división permite como dice el clásico, “haiga sido, como haiga sido” poner un freno a los excesos.

Eso ya se acabó, la expresión de López Obrador no sólo explica la tirria que siente ante quien osa oponerse a su proyecto, sino muestra que para él no hay límites para marginar, injuriar y atacar a quien le venga en gana, acusándolos de ser integrantes de la delincuencia de cuello blanco, de ser representantes de la oligarquia y, por ende, enemigos del “pueblo bueno”, como lo son ahora los ministros de la SCJN.

La ceremonia la privatizó y de paso declaró la guerra abierta a quienes velan por que la ley se cumpla y se aplique conforme a lo establecido en la Constitución. Queda claro por qué no fue invitado ningún integrante del Poder Judicial a su informe de gobierno, a partir de ahora ya no habrá disimulos en la contienda que ha oficializado; bien hacen los ministros en mantenerse al margen del hecho, pues el momento en el país no está para bravuconadas.

Desde el inicio de su gestión el Presidente ha marcado una línea muy clara entre los suyos y aquellos que le cuestionan, para los primeros, todas las prebendas, para los segundos, los ataques permanentes aún sin presentar pruebas, que sustenten su dicho, pero buscando que “el pueblo bueno” los crucifique. Ha polarizado aún más a una comunidad que necesita de la unidad para salir adelante.

La herencia de AMLO apuesta a la mediocridad, al conformismo, a la desunión, más que eso, a acrecentar la lucha de clases. Todo tras un propósito mezquino de mantener el poder y al cual sus fieles servidores (del latín servitor: persona que sirve como criado) quieren impulsarlo perennemente para seguir obteniendo ingresos nunca antes soñados.

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