Alejandro Evaristo

El vehículo avanza. Ella tiene un recuerdo atorado entre los labios y un beso decidido a hacer del cuello su hábitat natural y permanente. La persona a su lado tiene las mismas características de cualquier otro ser humano con la pequeña salvedad de ser tal solo en su mundo, los otros, los demás, no pueden verle. Ella no existe.

Por eso abrió los brazos, acomodó el cabello y acarició la mejilla. Nadie se dará cuenta de la desnudez de su alma y mucho menos de las carencias y los ojos hundidos en un permanente desvelo.

Él le coloca frente a sí y le sienta entre sus piernas, reflexiona, juega con su cabello y lo desliza sobre un hombro desnudo, de piel clara y olor a mar. Acerca sus palabras al oído y le susurra un amanecer desde lo alto y un ocaso al filo de la espuma con pies húmedos y dedos entrelazados.

Ella sonríe, él le escucha hacerlo sin abrir los ojos porque la ensoñación es mucho más productiva que estar atento al grupo de otros a su alrededor…


Algunos frutos del árbol en la entrada a casa cayeron al piso. Unos pocos se pudrieron y otros fueron aprovechados por la señora de los postres, los amigos de la seguridad interna y hasta el joven del pan calientito a las puertas del hogar.

Es un enorme peral a punto de alcanzar un nuevo otoño, siempre dispuesto a la lluvia y los ocasionales rayos solares de la época. En su tronco hay un espacio libre para el viento y desde las ramas superiores es posible alcanzar alguna estrella, en especial las de colores porque las otras solo se limitan a brillar sin ofrecer nada más, y sus hojas provocan sombras juguetonas que en nada entorpecen a las hormigas en su ajetreado ir y venir.

El ejemplar es bellísimo, incluso en invierno, cuando se despoja del follaje.

Ha hablado con él, ¿sabes? Le ha descrito el rasgado de tus ojos y la perfección de la espalda, incluso le ha comentado que, por alguna inexplicable razón, hueles a profundidad, a sal, a brisa del oriente sobre enormes campos de peonías para dicha, riqueza y suerte. Le ha dibujado el corazón atrapado en tus labios y cientos de posibilidades para usar tus manos las noches restantes de su vida.

El árbol no responde, le resulta imposible la existencia de un ser tan espectacular como el descrito y se limita a observar a través del cristal mientras sueña contigo y viaja hasta tu vestido blanco y tus pies desnudos bendiciendo la arena.

Habla también en desconocidas lenguas, paladea un poco de los alimentos en tu mesa y se envuelve en las sedas de tus telas al dormir. Sabe del agua recorriendo tu cuerpo, de los sabores ocultos, de los agudos sonidos surgidos entre pliegues y cordilleras y también de tus bocas que son una sin olvidar el

pequeño enorme paraíso por ofrecer.

Entonces recuerda la protección porque el daño de otros ayeres fue demasiado. Desde sus alturas envía algunos aromas para evitarte pero incluso las flores sin nacer y los ramajes por brotar hablan de ti porque hay condicionantes ineludibles y tú, en estos tiempos, eres la mejor de ellas.

Él sigue soñando y ahora sabe cómo es tu cuerpo al atardecer…


Ha llegado el momento del descenso. Los otros facilitan el paso y él avanza entre codos y cuerpos y voces y hedores de jornada por olvidar.

Lo mejor de todo en este entramado de usuarios y calles y transporte público es saberte cerca. Más tarde habrá un nuevo encuentro y otra vez te hablará de las deliciosas peras del árbol en la entrada a casa… de todas las palabras pendientes por sentir…

Facebook Comments

Deja un comentario

A %d blogueros les gusta esto: