Alejandro Evaristo

Su pelo es de un café cobrizo y llama la atención de cualquiera: lacio y largo, no demasiado, suficiente para cubrir sus hombros y más allá. Tiene labios carnosos en una boca que arrebata, no tan pequeña como para poder disfrutarla y no tan grande como para intentar eludirla. Lo mejor es la sonrisa y ese pequeñísimo lunar del lado izquierdo, casi sobre la comisura, y también el otro, el que adorna el lado inferior derecho de la barbilla.

Pero debo ser honesto, en su rostro alargado y hermoso resaltan en especial sus ojos, avellanados hoy, verdosos mañana quizá. Grandes, expresivos, de esos cuya posesión más valiosa es una mirada siempre dispuesta al encuentro y la charla y las palabras desde su iris hasta las sombras de los míos. No acostumbra el uso de maquillaje en ellos, apenas el suficiente para delinear el párpado superior y resaltar así que es tan real como el ensueño provocado al escucharle por primera vez…


Avanzó despacio y se sentó junto a él. Le observó durante unos minutos mientras frotaba su cráneo desnudo hasta la frente en señal de clara desesperación. No dijo nada al inicio.

El hombre, visiblemente abatido, parecía dispuesto a rendirse y, con las manos entrelazadas tras de su cabeza, dejó de pensar. Sin llorar, sin quejarse, sin buscar culpables, casi destruido; no encuentra soluciones y mientras más indaga más conflictos encuentra porque así es, así ha sido su vida.

Desempleo, deudas, hambre y sed son apenas algunos de los compuestos en el enorme coctel de realidad que debe enfrentar cada día desde hace meses. Las cosas se acumulan, al igual que la desesperanza y la angustia. Afuera hace un frío evidente para los otros cuerpos y el suyo no lo sabe a pesar de vestir solo una camiseta vieja y un bóxer roído de problemas. Está sudando y tiembla porque las decisiones son difíciles y las consecuencias siempre llegan, más tarde o más temprano, pero siempre llegan. El problema es que ya no sabe si continúa en disposición de enfrentarlas.

Ella le siente. No sabe de inicio qué decirle. Él lo ignora pero ella está buscando soluciones, aunque por el momento lo más sensato es demostrarle que puede confiar. Las palabras no son suficientes, nunca lo serán… se decide.


La última vez se prometió impedirlo. Espacios, escenarios y situaciones, además de una serie de personajes a todas luces ajenos a su realidad, no debían ocupar un espacio en su cabeza, aun cuando aparecieran ocasionalmente al dormir.

Él no quería volar, tampoco tenía necesidad de regresar a quienes se adelantaron porque ellos están en un mejor lugar y con mejores cosas por hacer; no tiene la certeza de que así sea, pero de alguna forma lo sabe. Ya no quiere descubrir los rostros de mañana ni defender a personas desconocidas, tampoco desea conocer otras realidades ni usar extrañas herramientas para construir quién sabe qué cosas en lugares indescriptibles.

Su problema en este momento es ignorar dónde terminan los sueños y empieza la vida, porque una y otra entrelazan fantasías y anhelos y deseos y días y noches. A veces llueve y otras hay necesidad de cosechar tomates porque el verano se acerca y el frío de la madrugada no es bueno para las plantas.

Está durmiendo y ahí adentro abre los ojos. Ella intuye la desesperación y él no puede más porque incluso la materialización de las voces puede resultar contraproducente a su necesidad de cordura.

Por un segundo las miradas se entrelazan y entonces viven un romance de esos de viñedos al pie de la montaña y quesos en tablas hechas de madera de roble. Después se abandonan para encontrarse otra vez entre calamares y orcas y sirenas deseosas de pechos descubiertos y enormes colas de pez con escamas verdes, plateadas y azuladas, incluso rojizas. Se aman mientras penden de olas que van y vienen hacia la playa desde la que se observan molestos porque algo no cuadra, algo no está bien.

Ella se coloca junto a él. Le abraza desde la distancia y le dice que no se preocupe. Él está desesperado y a punto de privarse de la posibilidad de nuevas oportunidades porque ya no lo desea y ella le murmura amor desde esta cercanía, desde la piel de sus brazos alrededor de su cuello y el llamado a despertar porque allá afuera está amaneciendo…

¡Qué hermosa voz!

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