Alejandro Evaristo

Cuando llegué, alrededor de las 2 de la mañana, el guardia de seguridad en la entrada sonrió amablemente y activó el dispositivo para permitir el acceso. Una vez dentro y con la puerta nuevamente asegurada me pidió esperar un segundo porque debía darme algo.

Mientras extendía hacia mí un sobre blanco con mi nombre completo claramente escrito en la parte frontal superior, explicó que horas antes, alrededor de las 7 u 8 de la noche, una mujer descendió de una camioneta azul y pidió acceso para ir hasta el hogar y dejarlo ella misma, petición que por políticas internas del fraccionamiento fue rechazada al no encontrarme en el lugar. Sin mayor molestia, según explicó el bonachón amigo, le dejó el sobre y se retiró.

El sujeto en cuestión levantó las cejas varias veces en un evidente gesto de complicidad dando a entender que la mujer era atractiva. Agradecí la entrega y caminé tranquilamente en esa fría madrugada de regreso a casa para descansar de la agotadora jornada diaria.

Como cada día desde hace no sé cuántos años, desperté a las 7 de la mañana con un solo objetivo en mente: café. Mientras esperaba que la gloriosa preparación estuviese a la temperatura adecuada, recordé el sobre abandonado en la mesilla de la entrada, junto a las llaves, la cartera y el reloj.

“Hola”, empezaba el texto escrito en una hoja amarillenta. “Esta es la primera de tres misivas que recibirás en los próximos días. He pedido a mi hija entregarla personalmente aún a sabiendas de la alta probabilidad de no encontrarte en el domicilio averiguado y con instrucciones precisas, de ser así, para dejarlo bien en el buzón o al menos con alguien que pudiera dártelo”.

Intrigado, ocupé un sitio en la mesa para continuar con la lectura. Debo aclarar que en esa hoja no había un dato o algo que me diera oportunidad para identificar al anónimo remitente.

“Previo a detallar el motivo de esta comunicación, te sugiero que salgas al patio frontal y, si así lo deseas, lleva tu taza de café, aunque no te lo recomiendo porque hay amplias posibilidades de perderla. Por favor no sigas leyendo hasta que estés afuera”.

Por alguna extraña razón y la inevitable curiosidad obedecí. Caminé hacia la entrada, abrí la puerta y salí colocando la taza al costado de una de las macetas para retomar la lectura: “No, quita la taza de ahí, el vapor va a lastimar el jazmín y tú yo sabemos lo que ha costado poder mantenerlo desde entonces hasta ahora con vida. Ten cuidado, mejor ponla cerca del pino, está un poco más grande y es menos probable que algo suceda”.

Asombrado, seguí las instrucciones y continué leyendo.

“Debes saber que esta es una mañana especial. Mientras lees, una cantidad indescriptible de situaciones están sucediendo para que justo cuando tomes nuevamente la taza para beber esa aromática bebida, una mariposa blanca aparezca frente a ti y se pose en tu mano. Sé que estás dudando y no lo crees. Te invito a beber y no pierdas mucho tiempo observando…”.

Pensé en ese momento en que se trataba de una broma y alguien que conoce perfectamente mis movimientos y forma de pensar y ser había elaborado está intrincada trama. Busqué a izquierda y derecha al invisible bromista pero nadie había cerca de ahí, excepto la vecina a dos casas que había salido apresurada en pijama para cerrar la llave del agua que de forma inexplicable se había abierto.

Tomé el recipiente y a punto estaba de llevarlo a mi boca cuando un pequeño pero hermoso lepidóptero con alas de colores llegó hasta el sitio y aterrizó justo en el dorso de mi extremidad derecha. Primer error, no era blanca.

Seguí leyendo: “No te sorprendas. Corresponde al saludo y dile que con todo gusto irás más tarde…”.

Entonces pasó. La mujer se dirigió a mí y después de saludarme pidió mi ayuda para revisar el estado del tanque estacionario en la azotea y ver si aún había suficiente gas en el metálico contenedor. Sorprendido, hice lo detallado en la misiva y empecé a girar para regresar al interior y seguir con la lectura pero, al revisar la hoja, en ese rápido movimiento solo pude descubrir una palabra: “Cuidado”.

Justo en ese momento, tropecé con la manguera habitualmente usada en el jardín y la taza se escapó de mis manos para caer sobre la maceta que segundos antes había evitado. Pedacitos de cerámica quedaron regados entre el pasto y el jazmín… decenas de preguntas empezaron a nacer…

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