Alejandro Evaristo

Alrededor de cada nota surgida de ese hermoso piano negro empieza a imaginar. El movimiento magistral de las manos y dedos del artista provoca el florecer de la melodía, sonríe y busca en el horizonte del enorme salón la mirada desconocida allá, en otras tierras y un nuevo mundo.

Con toda delicadeza se incorpora, toma los laterales de su vestido de satín blanco y los extiende porque este es un nuevo día y es feliz. La tela cubre el talle y se permite manipular abanicando hacia uno y otro espacio para luego dejarse fluir a lo largo de la cintura hasta casi llegar a los tobillos.

En un nuevo movimiento de iguales características entrelaza sus manos y las lleva a la altura del pecho. Los rayos del grandioso astro le alcanzan y le suplican una oportunidad. La avellana de sus ojos brilla, sus labios enrojecen un poco más y en un gesto de aceptación extiende los brazos para dejarse llevar.

Se sabe libre, se siente viva. La sonrisa se acentúa en cada movimiento y cierra los ojos para sentir la brisa que llega desde la profundidad del mar para refrescar el alma ahora y aquí.

Hay menta en su aliento y esperanza a lo largo de la piel. Ambos aromas se conjugan para armonizarlo todo y los cuatro puntos cardinales aceptan la decisión porque es la mejor. Cada movimiento es un nuevo impulso y cada exhalación un poco más de edén.

Esta melodía cesa y el marfil cede a nuevos toques y roces.

Se detiene y con una leve inclinación del cuerpo agradece la oportunidad porque pretende volver al original punto de partida y el tiempo, dicen, apremia…


El viento hace de las suyas por todos lados. No necesita autorización alguna para ir, venir, hacer y deshacer a gusto, que no conveniencia: aviva llamas, levanta faldas, mueve estructuras, envalentona brisas para convertirlas en huracanes y, por si fuera poco, también genera riesgos y estos, a su vez, miedo.

Cuando decide abandonar el singular de una hoja seca en el parque, cada uno de ellos se reúne para arrastrar tormentas y ahí es precisamente donde se empieza a valorar el refugio. El del escriba está en la mente, en la capacidad para analizar la situación desde diferentes perspectivas para así poder actuar.

El impulso del hacer, el del viento, es capaz de mantener el vuelo en lo alto, sin duda, pero el entendido de que un día llegará a su fin debe generar reacciones. Esa y no otra es la razón para fortalecer las alas, estudiar la altura, fluir bajo su impulso o escapar a su coraje.

Podría resultar contradictorio, pero la firmeza ante sus embates no siempre es la mejor respuesta.

¿Lo sabes?, yo estoy aprendiendo…


La suya sonrisa es inolvidable, en especial después de un comentario o un gesto cualquiera. Esta mañana le observé hacerlo al amanecer, mientras acariciaba la visión de sus hombros descubiertos y la perfección de su espalda desnuda.

El interés no era despertarle, solo murmurar a su piel un poco estos labios y apenas la ligereza del tacto al cada contorno disponible, incluso en el nombre, el desde entonces presente y vivo, al filo de la voz y a la orilla de este nuevo presente de danzas y especias con sabor a sol… ¿bailamos?

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