Alejandro Evaristo

Costas y direcciones. No puede pensar en otra cosa.  Unas por ser los referentes del hogar y otras por esperarle desde la última vez.

Allá donde se ahogan las estrellas al amanecer hay una ventana siempre abierta para sus ya avejentadas pupilas y puede ver, en aquello que él cree es el fondo, un cardumen de una especie apenas conocida en espera, con las aletas libres y las agallas en un infinito filtrar de agua salada.

Nunca ha dudado sobre la veracidad de la leyenda y cada noche de luna ausente se sienta bajo el cocotero más cercano a esperar.

El bastón descansa sobre la arena mientras sus oídos tratan de aislar el ruido de las olas. Cerca de la medianoche alguien interpreta una breve canción de olvido y a decenas de metros bajo la superficie los recuerdos siguen tratando de morir sin concretarlo.

A veces llora, a veces dormita y a veces trata de adivinar el destino de las veredas de luz construidas por el faro desde hace decenas de años. Hay quien habla de un listón de plata guía hacia un fantástico tesoro de otros ayeres y otros sueños pero él, en la última de las ocurrencias por desechar, solo está interesado en escuchar un poco más… solo un poco más…


Un soplo de juventud avanza entre el bullicio. Por momentos parece mucho más fuerte a los decibeles del agua en las rocas y su estallido. Al parecer hay palabras ocultas entre los murmullos y el contoneo de las frases; una breve sensación de alivio recorre el cuerpo, atrae atenciones, libera hombros y enchina la piel porque es así: inquietante, arrebatadora, provocativa.

Llega despacio hasta el dorso de la mano en la arena, avanza con empeño y convicción y retumba en los canales del sentido para levantar los párpados e incorporar el cuerpo. El aire se convierte en un gran aliado para la pasión naciente y las piernas se separan para poder andar. Esta imposibilidad de acción le avergüenza porque hay mucho por hacer y apenas un momento para ello. No hay nadie cerca.

Genera movimiento. Arriba y abajo hay cientos de razones para no llamar la atención pero eso no es importante, la relevancia no está en el exterior sino en la imaginación y las formas del talle y las caderas; bajo la larga cabellera y tras la sonrisa en su boca. También en el faldón rosa.

El arco en la espalda acepta el mandamiento y la barbilla señala el norte de sus dedos cerrados convertidos en armas apenas ensangrentadas porque ese no es su cuerpo y aquellas no son aguamarinas.

Han pasado apenas dos estallidos, el cansancio termina por vencer y ahí, a unos metros de la orilla, una tela negra le invita con los labios entreabiertos porque pronto será de mañana y ya no podrá estar cerca. Acaricia el cabello largo y ondulado y recorre con las palmas las eternidades de sus piernas hasta la extrema delgadez del cuello para alojar un beso: “aquí he estado siempre…”.


La leyenda cuenta del amor marino hacia la luna y la pasión solar hacia la tierra. Habla de mareas y acuerdos, también de anhelados finales felices.

Está harto. Jura no volver esta noche y se convence de maldades inexistentes y absurdas complicidades en su contra.

Se pone de pie y avanza de regreso a casa. Tras de sí, un cordel brillante nace para darle alcance y las celosas aguas se unifican para impedirlo… ella solo puede sonreír a la distancia que la vuelve mar…

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