Alejandro Evaristo

Las personas van y vienen, eso es una certeza. Salen y entran de nuestras vidas de acuerdo a circunstancias muy particulares y específicas. Para bien o para mal.

También es cierto que hay quienes tenemos una increíble facilidad para relacionarnos y otros enfrentamos incontables dificultades para encajar en algún punto de la cosa social porque no sabemos cómo, de qué forma hacerlo.

El pequeño gran conflicto es que, dicen, no hay forma para nadie de sobrevivir separado, ajeno o alejado de sus semejantes; así pues, los seres humanos estamos obligados a pertenecer a un grupo, incluso cuando creemos crecer en el más absoluto de los aislamientos.

Por fortuna, hay seres vagando por ahí con la única finalidad de complementar la existencia de otros, de facilitar los pasos, ampliar horizontes y mostrar otras alternativas y caminos que antes no se habían considerado…


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Por momentos hay insuficientes razones para continuar y uno trata de averiguar por qué.

El cuaderno de la vida tiene las respuestas y entonces damos un vistazo a las primeras hojas y apreciamos todas las encrucijadas presentadas y los resultados de las decisiones. Hay algunas llenas de cicatrices y otras con letra perfecta y dibujos asombrosos de amaneceres, también señales de una vida por alcanzar o continuar.

Hay trozos de canciones con desconocidos ritmos, flores en carboncillo de vistosos colores porque así las creamos, árboles secos llenos de frutos y una casa con un enorme ventanal para ver el jardín iluminado por ese sol superior en el papel, justo al lado de un montón de símbolos para formar letras y palabras y frases y pensamientos.

Hay, dicho ha sido, trazos de lo alto a lo ancho y la profundidad del enorme espacio de una hoja en blanco en la cual se ocultan demonios de enormes alas punzantes, bocas de colmillos dispuestos a rasgar y romper, extremidades con uñas como cuchillas y sombras, demasiadas sombras por todos lados escondidas ahí, en un espacio sin definir.

A veces las respuestas halladas no son precisamente las deseadas en el original del tiempo y es tras ellas dónde están las razones que ahora buscamos encontrar; no entendemos en un primer momento, aunque después de una reflexión caemos en la cuenta: se trata de consecuencias y se aprende a fuerza de aceptarlas.

De eso se trata la vida, de seguir adelante…


Hay trozos de algo esparcidos aquí y allá. Algunos son inalcanzables y otros están demasiado maltratados como para intentar recuperarlos, por eso solo nos hemos enfocado en estos, los dispuestos ya sobre la mesa, junto al pegamento y las buenas intenciones.

Empezamos a unir. Los más grandes primero, pero los separamos porque a partir de ellos se dará forma al objeto. El increíble rompecabezas empieza a tomar forma y no es al azar. Cada pieza encaja perfectamente en un espacio exclusivo y amoldará sin duda con la línea, el color, el trazo y la forma, por eso estamos felices, lo estamos consiguiendo y sonreímos ante el descubrimiento y la capacidad.

Entonces se hace tarde. La luz natural se va, la capacidad visual se limita, los movimientos se tornan lentos, torpes a veces, pero sin importar el hecho la decisión es continuar porque estamos empecinados en el resultado, aunque a estas alturas ya hemos olvidado los pequeños trozos. El resultado es incompleto por ello.

Luego de un rato reconocemos su importancia y nos afanamos por hallarlos, aunque ahora enfrentamos nuevas dificultades porque las condiciones son diferentes y hay polvo acumulado alrededor. No hay forma de hacerlo solos.

Es momento de ceder y a punto estamos de rendirnos cuando recordamos y de la nada surge la voz: “vamos, yo te ayudo…”.

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