Gilberto Meza

Desde 2018 el espacio geográfico donde se encontraba México se dividió abruptamente. Por un lado, permaneció el México que recordamos algunos; por el otro, una nueva nación (¿o habría que llamarla ya un nuevo reino, el de la felicidad, por ejemplo?) que se acodó primero y absorbió después a la república liberal que recordábamos. Esa entelequia fue dispuesta para que gobernara el Peje, antes también conocido como Andrés Manuel López Obrador, que algunos despistados calificaban como un político de izquierda.

Desde entonces, Pejelandia ha ido creciendo desde aquel año y amenaza ya con devorar al otro, el viejo México que muchos recordamos. No haré un recuento de ese proceso porque es de todos conocido, evidente para el que quiera mirarlo, sobre todo porque hoy este gobierno atiende sólo a la mitad de los mexicanos, es decir los que han quedado del lado de su reino, que sí es de este mundo.

Por eso todos podemos mirar hoy, y desde entonces, que el Peje sólo se reúne (cuando lo hace) con sus actuales 23 gobernadores, y que jamás se ha reunido con la Oposición ni con ninguno de sus líderes o representantes. No aceptó, por ejemplo, reunirse con Santiago Creel cuando hace unos meses era el presidente de la Cámara de Diputados, ni los invita a las fiestas nacionales (las del antiguo México republicano), sean el famoso Grito del 15 de Septiembre o cualquier otra. Se ha apropiado de ellas y no invita al presidente de la Cámara ni a la presidenta de la SCJN, la ministra Norma Piña. Le molestan, por decir lo menos, y en el país en el que reina nadie se lo exige, porque él pone las reglas, es decir todas las reglas. Ha prescindido incluso de la Constitución y de sus leyes (“no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”, ha declarado), porque él se rige por sus propias leyes, que cambian de acuerdo a sus intereses del momento. Será por eso que ha sido incapaz de ponerla por escrito, aunque lo desea y jura que lo hará pronto, con ministros que sean votados por la plebe, es decir, por el pueblo: en su reino no acepta ciudadanos. Son más bien cortesanos a quienes mantiene y a los que llama “pueblo bueno”. La sociedad es apenas otra entelequia que no se nombra en su palacio.

Hoy otros, como el inefable Dante Delgado y su partido Movimiento Ciudadano, que fingen ser opositores (Lo que se opone, apoya, decía don Jesús Reyes Heroles) pero lo que buscan es un ducado en ese reino sin fisuras que encabeza el Peje, es decir, justamente, el reino de Pejelandia. Se sabe que una República es incómoda, y obliga a arreglos todavía más incómodos, como elecciones, Corte Suprema e, incluso, cámaras legislativas, pero sobre todo diálogo. No las necesita, y quisiera reinar hasta que pueda heredarle su reino a alguno de sus hijos, o a alguien entre sus cercanos.

Sería, déjenme aventurarlo, un reino sin periodistas (para eso tiene las Mañaneras, ha dicho más de una vez), sin ciudadanos (sólo cortesanos cada día más pobres), sin científicos ni artistas. Tampoco habría técnicos (que trabajo tiene hacer un pozo petrolero, ha declarado, y gobernar es fácil, también ha dicho y demostrado), ni especialistas ni críticos ni, sobre todo, opositores, ni conservadores ni nadie que le exija cuentas. Ni, se entiende, órganos electorales o una Suprema Corte de Justica de la Nación.

Hasta ahora este proceso de transformación (la 4T), que más bien parece una metamorfosis (¿recuerdan la cucaracha de Kafka?, pues algo así), ha sido lenta, ha encontrado múltiples obstáculos que le oponen sus enemigos, la sociedad civil, los organismos autónomos, la Constitución del viejo México…, Pero no hay que desesperarse, Pejelandia podría absorber a la mitad que le falta para fundar un imperio. Está a la vuelta de la esquina, tan cerca como el 2 de junio de 2024.

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