Historias en el Metro: Una flor por una moneda
Ricardo Burgos Orozco
Él estaba parado en uno de los pasillos de la estación Bellas Artes de la Línea 8 con un letrero que decía: “Cambio una flor por una moneda o algo de alimento. Dios los bendiga”. Vestía muy humilde con una chamarra gris con capucha, de baja estatura, queriendo pasar desapercibido y con cuatro flores de plástico en la mano izquierda y otras más en un pequeño bote de lámina.
Cuando me detuve frente a él, se movió a un costado tal vez con la creencia que yo era personal del Metro y que lo iba a sacar, pero se tranquilizó cuando le pregunté por las flores que tenía. Estaban muy bien hechas, con delicadeza, no burdas.
Al acercarme más noté que le faltaba la mano derecha y se cubría el muñón con una especie de venda algo percudida. Preferí no preguntarle sobre eso. También traía una guitarra en su estuche muy modesto. Al principio no entendí y después me platicó sobre su instrumento musical, aunque no dejó de desconfiar; al mismo tiempo volteaba para todos lados con la inquietud de que llegara personal del Metro a sacarlo.
Al principio le di cinco pesos; le pregunté en dónde compraba las flores y cuánto le costaba cada una. Me dijo que su esposa las hace y su costo era de unos siete u ocho pesos por pieza. Le dije: pero tú las estás ofreciendo por la moneda que te den; si yo te doy cinco pesos entonces ya le perdiste. Ten para que más o menos te alivianes con la que la tomé. Saqué las monedas que traía, 25 pesos más, y se los ofrecí.
Ya con un poco más de confianza, me platicó que se llama Alfredo y que es del estado de Oaxaca, pero ya tiene diez años en la Ciudad de México; vive en una humilde vivienda en la colonia Martín Carrera, cerca de la estación del mismo nombre de la Línea 4 del Metro. Sale de su casa muy temprano, se sube al Metro y se coloca en los pasillos hasta que observa a algún policía o vigilante y de inmediato se mueve de lugar o se va a otra estación.
También toca con su guitarra boleros y baladas de los años ochenta y noventa tanto en los trenes cuando puede o en otros transportes públicos de la ciudad. Todo el día se la pasa en la calle. Regresa a su casa en la noche; me comentó que su esposa y él no han querido tener hijos, aunque no lo descartan porque ambos son jóvenes. Reconoce que por ahorita la situación económica ha sido muy complicada para tener familia.
Cuando su esposa tiene tiempo – porque trabaja en la limpieza de casas particulares –, confecciona las flores artificiales. En esta ocasión, aprovecharon para obtener algo de dinero por el 21 de septiembre, fecha en que las personas acostumbran regalar flores a sus parejas, especialmente de color amarillo, en una tradición que nació en Argentina porque en ese país la primavera comienza ese día.
Alfredo es uno de los miles de mexicanos que salieron de sus lugares de origen para buscar una mejor vida en la inmensa Ciudad de México y no la han encontrado. Él es más admirable por su discapacidad, pero así sale todos los días a buscar el ingreso no sólo con su música, sino con las flores. Es una persona positiva que no se quiebra por las dificultades.
Si encuentran a Alfredo en alguna estación del Metro o en cualquier otro lado, apóyenlo.
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