A diario le salía una bolita blanca que, por cierto, no le causaba grima. Al contrario, felicitaba la aparición de una nueva a la que mimaba y consentía como a las demás.
Vivía contento: escribía feliz, sin preocuparse del qué dirán, sin miedo a la crítica.
Cierta tarde fatídica, un golpe de viento le arrancó el tupé; el peluquín y las ideas se fueron en el mismo viaje.
Ahora se ve vagar a un hombre calvo, triste, desilusionado…
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