“Éramos muchos y parió la abuela” Refrán popular

Carlos Mota Galván / @CarlosMotaG

Hace unos días, concretamente el pasado 26 de noviembre, se cumplieron 38 años de que el primer astronauta mexicano, Dr. Rodolfo Neri Vela, participó en la misión que puso en órbita el satélite Morelos 2 a bordo del transbordador espacial “Atlantis”. Durante el viaje, el ingeniero en comunicaciones y electrónica por la UNAM y con una maestría y un doctorado en Inglaterra, realizó una serie de experimentos que llenaron de orgullo y emoción al México de entonces. Tal ocasión permitió a muchos albergar la esperanza de que, ante semejante hazaña, todo cambiara para la comunidad científica mexicana, sobre todo que un año antes (1984) se acababa de establecer “El Sistema Nacional de Investigadores (SNI)”, cuya función consiste en asignar estímulos económicos para esa función, dirigida a investigadores destacados y a la promoción de los que inician en la especialidad, buscando frenar la fuga de cerebros, tan común en México. Sin embargo, pronto aquel anhelo, salvo honrosas excepciones, quedó solo en buenas intenciones, toda vez que nuestro país sigue sin poder abandonar los últimos sitiales, ganados a pulso, al mantenerse entre los tres países que menos invierten en investigación y desarrollo entre los integrantes en la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), según se apreciaba ya en un estudio realizado por el Fondo Económico Mundial en 2015 y esto no resulta muy diferente a lo que sucede hoy en día. Con la llegada de un nuevo partido político a la escena gubernamental, no pocos volvieron a pensar que por fin el cambio también llegaría, pero estos pronto verían sus sueños derrumbarse ante un brusco despertar. Cabe destacar que para el próximo año, 2024, el presupuesto de egresos de la Federación contempla otorgar un presupuesto temático discrecional, donde se aprecia un abandono al sector educativo. Al realizar un simple comparativo, vemos que en tanto para el rubro de la Defensa Nacional los recursos asignados crecieron 121%, y en el de Energía 273%, para programas como el de desarrollo docente o el destinado para becas de posgrado estos registran cero crecimientos, y, el colmo, incluso el Conahcyt, en términos reales, contará con un presupuesto 37% menor al de 2015. Ello propicia que el número de proyectos de investigación financiados por el organismo tendrá una caída aún mayor a la registrada en 5 años cuando pasó de 2 mil 680 en 2017 a tan sólo 576 en 2022, es decir 79% menos, y lo peor, aseguran, pudiera estar por venir. Es obvio que poco se puede esperar de un régimen que sostiene un rechazo enfermizo por todo aquello que apunte a la superación intelectual del individuo y cómo opinar de otro modo cuando tenemos un Presidente que sus filias le llevan hasta a vilipendiar al certamen cultural más importante que tenemos en México: La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) a la que etiquetó como conclave de la derecha o “evento fifí”, congratulándose que así como él la despreció en el pasado, su corcholata preferida, Claudia Sheinbaum, haya hecho lo mismo. Por lo pronto, y dicen que a río revuelto ganancia de pescadores, algunos de los llamados directores que asesoran a quienes están cursando un doctorado en instituciones educativas públicas (me confiaron de varios casos ocurridos recientemente en la Escuela de Medicina del IPN), aprovechan su posición para ganar un prestigio mayor publicando trabajos realizados por sus alumnos en revistas especializadas, sin aportar nada, pero eso sí, firmándolos conjuntamente o también ganando dinero extra (bonos por productividad), por asesorías prestadas lo que les permite alcanzar salarios que de otra forma serían inalcanzables para ellos. Dichos personajes operan de forma facciosa sin que nadie haga nada. Las reformas requeridas no están planteadas, como la nueva “Ley General en Materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación”, para transformar nuestro entorno incorporando a la ciencia en el desarrollo del país, sino a mantener privilegios y hacernos creer como en el pasado, que todo marcha increíble, bajo el flaco argumento de que “ellos son diferentes”. Así las cosas, México sigue siendo un país dependiente, aplicando escasos recursos para el desarrollo en ciencia y tecnología, con la consecuente frustración de quienes aspiran poder aportar su granito de arena al cambio. Son estudiantes limitados por las condiciones prevalecientes, algunas veces incluso, explotados por el sistema, que sólo atinan a considerar que las oportunidades reales para su desarrollo personal únicamente las encontrarán en el extranjero.

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