Alejandro Evaristo

Es poco a poco, despacio. Primero hay que tomar sus manos hurgando a profundidad en su mirada, directamente al alma, para luego murmurar su nombre acentuando la satisfacción al pronunciarle. Si te arriesgas podrías descubrir una lágrima del pasado atorada en algún recuerdo, por ello debes andar a tientas, pero con la suficiente firmeza para no convertirte también en obstáculo. Eso es, con calma y paciencia. No olvides aprender a leer el contorno de sus labios porque en ellos hay palabras, frases y, en especial, verbos ocultos y ansiosos por salir a flote. No prestes atención a las muecas y atiende con singular interés la particularidad en las comisuras porque es ahí donde surgen los primeros besos y asoman las inevitables ansias. Exacto, así, sin prisa. Acércate un poco, solo un poco. Aprovecha esta primera oportunidad y percíbele. Entiende su esencia y trata de definirla bajo tus propios parámetros sin olvidarte de las consecuencias porque o puedes determinarle estrella y conformarte con observarle cada tanto a la distancia o la asumes invierno y te vuelves niebla con ella cada madrugada. ¿Lo más importante? Saber escuchar…

***

Se detuvo en el marco de la puerta y colocó la mano dominante sobre la chapa, a la derecha. Giró un poco la cabeza y el cabello negro, lacio y abundante se onduló un poco sobre los hombros alcanzando a cubrir un poco de los tirantes negros. Apenas pudo disimular una sonrisa mientras observaba de reojo los lentos y aburridos movimientos del otro ahí, tratando de escapar de la comodidad de un sillón en la sala de estar de aquel departamento. Entonces se dio cuenta. El vestido negro de costados blancos era la cosa más bella vista en los últimos cinco lustros. Ella pregunta qué hace mientras eleva un poco la extremidad izquierda colocando algo de su peso sobre la imitación madera y permitiendo un ligero coqueteo de los tacones. El lustro negro brilla un poco al acecho de los ojos y él se desprende del saco dejando la mirada en las pantorrillas de seda en la misma tonalidad porque siempre ha disfrutado los pequeñísimos y abultados rasgos de su piel morena. Al menos ahí. Esas son las dimensiones inferiores pero, por fortuna, las cosas cambian y hay deber y ser agradecidos porque un poco más arriba, justo sobre las rodillas, los muslos ocultos por ahora se ensanchan deseosos y deseables para soportar todo el erotismo y la circunferencia perfecta de la carne, aunque al extremo opuesto la planicie dé apenas cuenta de una pancita juguetona y un torso de delgados anhelos en cuya perversa textura se combinan la sobriedad de una espalda hermosa y el siempre dispuesto ir y venir de la respiración abultada al tamaño perfecto para esa boca. Ella gira a su diestra para demostrar que hay razón en los pensamientos y las dulces perversiones por venir. Humedece los labios, deja sus brazos y abraza la mirada porque el calor de esta naciente luna empieza a incomodar por todos lados. Él lo sabe y se ha despojado ya de otra prenda y sus labios atacan un poco del cuello y un más de la oreja y la naciente cabellera a su costado. Le recuerda estar ahí un poco más porque afuera hay autos que van y vienen desde el puente hasta la carretera y regresan porque también desean escucharle…

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Los párpados siguen cerrados. La tarde se aproxima amenazante y en estas horas previas hay decisiones tomadas y riesgos asumidos porque así somos los seres humanos, nos encantan los retos: “Creo que deberías usar el vestido negro de costados blancos…”.

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